Tiene
la piel tersa y blanca, se ve suave.
Ella
le gusta a él, más de lo que a mí me gusta él.
Ya
hablamos o ya me invitó a la plaza, o sabemos los nombres de los dos o de los
tres o de los cuatro.
Él
tiene la piel suave y usa una almohada para hacerse compañía, yo mientras tanto
cierro los ojos para imaginar que traspasa ese espacio trasparente para
llevarme, y me deja.
Entonces
cuando está bien cerca, como una cortina en un verano de sol, nos movemos
suavemente, si es todo suave no entra otra palabra acá. Hace mucho calor
entonces no tenemos mucha ropa y no tardamos.
Había
alguien más ahí pero ahora ya no. Éramos muchos, éramos dos.
Entonces
como unos gusanos que son lindos, porque son jóvenes, se revuelven y reptan
sobre sí.
Son
los gusanos y somos los que se miran de arriba. Mientras se hacen la piel que
tienen, entonces también nos hacemos la piel.
En
los ojos cerrados hay una fiesta. Todo entra.
Ella
atiende en una verdulería y tiene los ojos separados lo suficiente para querer
meterle ojos en todos sus medios, usa un vestido de pastel y el escote, todo se
vuelve suficiente y justo. Tiene el pelo recogido y usa un pañuelo, que no
cubre todo su pelo sino que dibuja una línea de color en su cabeza y cierra con
un moño, como lo hacen los regalos.
Ella
suena.
Hay
en el medio de nosotros metidos muchos más, encarnaciones de la belleza. Con
los ojos cerrados.
Y
ella sigue vendiendo tomates, naranjas, ajos, peras y sandías.
Matilde
sabe cuándo se vuelve rojo, cuándo quiere más color.
Ella
quiere saber cómo es la textura de su lengua, quiere saber cuánta sal.
Y
yo cuánta trajiste del mar.
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