sábado, 5 de julio de 2014

9 Y 25



Quizás tenga que tocar como cuando sola.
Bailar. Soltar y crear.
Un juego.
Y.
Juego.
Augurio artesanal.
Ya.
O sola. O sola. O sólo. O sólo.

Cantarina XII









MARÍA PROLOGADA

Pregunta sobre la locura. Piano. Un piano sin notas. El corazón late fuerte y las manos se sacuden en una intensidad que es de fuerza no buscada.
¿Cómo dijo que hacía?
Instinto, impulso.

No sabe cómo nombrarse y empieza a. Y acá.
Este es un libro, el primero de María Naranja Tomada, que come otras frutas,  se suele madurar a solas y lejos y se disfruta sola. Y la que se planta en cuánto jardín encuentra con ojos vivaces que invitan a probar, un gajo, dos, y más. Hasta qué.
Desde que olvidó su primer monedero en el kiosco de Don Julio, suele practicar algo que se lleva con pies suspendidos, donde algunos ven una cuerda y otros saben nombrarla.

Es una manera de vender y comprar.
Nada es tan, ni grave, nada es suyo. Suena una alarma que en cualquier momento para de sonar.
Escribe su propio prólogo.
María Naranja siempre prófuga, descarada y sospechada de las señales qué.
Escribió en la pared donde figuraba la reseña ya borrada la poesía está en las calles esto:

”Bailo llena de gente, de quién no soy, entro y salgo de cada lugar. 
¿Y vos?[1]


ACOTACIONES

DE LAS ÁCIDAS

“Me visto de nombres para escribir piel. Me tatúo las letras y las vuelvo a escupir.”[2]

Sabe a delicada y no.
Como sacarse un moco.
Como escuchar una canción que vuelve inacabablemente al mismo lugar. Depende enteramente de su voluntad y no.
Se eleva. Se mueve.
El desafío a la vergüenza.

“Te aguantas hasta.”[3]

Así María Naranja según.
Goza de mirar de afuera la intersección de tramas, les gustan más las que la sostienen de algún lado, sino irse es el verbo, se trama un agujero y cae, si le gusta es porque hay plumas, si le encanta es porque abajo, una cama elástica.  Le gusta sí. Ya no, es irse.
Sus pies se untan de recuerdos y sabores. Viciosa. Sí.
Enterada de ojos abiertos y cerrados.
Sí.
Cada vez: olvida fácil. Encuentra primeras veces.
Dicen, le dicen, que sufre de una enfermedad que se denomina con un no en la punta. Se ríe, se hace la preocupada.
A la inhibición popular le hace el gesto de adoración, adoración, les pronuncia amén. Y. Y.  Burlona.
Noche.

“En un mes en donde tenía el pelo suelto y gustaba de andar mirando bocas. Donde estaba a punto de cortármelo, bien antes de.”[4]

Le latió un día de largos colchones, de lejos, y de frío, de algunos ratos. De baños, de no me acuerdo si el segundo. Así, bueno… no tan.
Las maneras de hacerse mujer le atraen, las maneras.
Le encantan los mundos.
Y cuando se van, se queda sola, se le rompen los espejos y no sabe dónde está. Le sale bañarse de vez en cuando, si escucha que se prendió el agua del baño. Toma té, si la pava empieza a sonar.
Cuando hay pisadas de barro en la entrada, ruidos de puertas, cuando se rompen platos, se da cuenta que llegó. Como llegando tarde, y no.
Cuando habla. Pocas voces, sólo gritos o grandes exclamaciones.
Nunca sabe si el agua es, ¿tristeza o alegría? Ya no distingue. Vive.
Le gusta enredarse más que mirar vidrieras.
Le gustan los que se esconden y los que buscan la humedad.
Así Naranja Amarga, la de la calle, la que crece en la vereda de la chica que tiene los ojos torcidos y se pasa el día en el auto de su padre.
El padre de la chica de los ojos torcidos, un tipo prolijo, con la misma ropa de un siempre que recuerda como una foto.
La mujer del padre de la chica de los ojos torcidos, versátil, color en el pelo y peinados para arriba.

“Se los ve tranquilos, a mi gusto demasiado.”[5]

Al lado hay un viejo que vende pieles y se molesta cuando lijan un suelo que no es suyo.
No es suyo.
Revoluciona.
Así Naranja Sangre, roja opaco. Sangre que convulsiona y propulsa.
Así Naranja toma un hacha y un día por la madrugada rompe con furia la vereda del viejo.
Así nunca, lo piensa y lo transita.
Más vale, le sale irse lejos y esquivar miradas.
Le genera quietud el enojo. Le quita, le pone, in[6], a veces y muchas se hace.
Cuando le late por miedo.
Juega a ser.
Las manos, animales que quieren escaparse.
Cuando despierta.
Cuando pulsa.
Cuando lujuria.


LIMONES Y CORPIÑOS

Cuando María se asusta, se siente acosada, su nombre se dice en pasos de latidos ligeros y pesados.

No hay historias que contar.
Tiene ganas de hablar y le saca punta, y le pone música, y mira…
A las que pasaron por su. Por algún lado de su.
Entonces.
Sube a un barco, baila un vestido negro.
En un lugar se mueven, suavemente, rincones de cómodos sillones.
Mesas que juegan cartas, bibliotecas y habitaciones bailarinas en celo.
Y se sube a un auto mientras llueve mucho sobre las sábanas usadas y sobre la chapa de metal.
Y dentro de una lata gris, duerme el suelo de madera.
Guarda restos en un tequila en un lugar en un pueblo.
Ninguno: al que ya no habita.


Y

Nuevo.
Melenas verdes sacuden el cielo.
Y suele sacar canciones de su bolsillo.


MANTECA

María Naranja se dirige a la heladera, saca el pan de manteca. Va al baño, pasa mucho tiempo y cuando abre la puerta para entrar comienza a cantar de una vez y para siempre.
Y canta así:

No lo puedo creer.
Si hasta recién fue lo que fue. La manteca se derrite, empieza a llover.
Los gallos cacarean cuando te ven llegar. Los vestidos se despliegan por toda la cuidad.
Mmmmmm qué hay por acá. Mmmmmmm qué hay por allá.
Los lunares que se pintan cuando los mirás.
Jugamos al veo veo, mostrando los reflejos. La tinta se dibuja y ya no hay más tinteros.
Mmmm, ¿dónde mojas? Mmmmmmm, ¿dónde apretás?
Me estás dejando marcas, me vas a explicar a qué juego jugás cuando me mirás.
Mmmmmm, ¿dónde mojas? Decime ¿dónde apretás?


MENOS UNA

Cuando entra. Portazo.
Viene con cartas de olvida remitentes.
Venas hinchadas.
Uñas.

En el sillón rojo, se asienta en la pana a leer tapas fucsia.
Dos sillas solas, sentadas sobre el piso, una agenda que tiene hojas en blanco. Baldosas que empiezan a ensuciarse y ya.
Carteras abiertas, sobres cerrados.
El calidoscopio quieto. El que multiplica las imágenes petrificando.
Va a girar cuando las manos empiecen a moverse.


DIRECCIÓN
De las Cartas, de esas que se escriben con mayúsculas, para que el nombre de autor aparezca, no le importan las vueltas. Ni esos vueltos.
Sí, las vueltas.
Sí los vueltos.
Sí, sí sabe, si esconde, si calienta, si se va, si se saca la remera, si pide crema mientras mirás.
Si se dio cuenta, si sospecha, si no hay chance, si lo imagina, si le pide, si se ven, si se miran, si va al baño, si se sienta, si la escucha, si le dice en secreto, si sale, si el baño, si ella, si él, si juntos.
No más.
Y se puso a hablar de gitanos, camas revueltas, como cuando jugaba a la casita y era la secretaria que tomaba un té.

Puros juegos.
Cinco tíos cantando en un trío.
Olor a desacato. Un señor canoso de camisa blanca que baila un cumpleaños de 5.  Un payaso, divertido, sin.
Ya el olor.
Olor.
Grueso. Verdes. Pelos sucios.

Se le salen.

Algún rincón, algún gesto de reconocimiento.
Va saliendo.

Atenta.
Atenta a las letras, donde se moja la tinta, donde se nota, donde se seca, escalones mentales, a los cuartos que hay dentro de una camisa, algo de la nariz se cae y sí, de mover.

Precisión.
Bien puntas cuando anudan hilos.
Unas naranjas se exprimen.
Un vaso se rompe.
Un plato se rompe. Un cambio de juego. Con rayitas negras y rojas.
La torta de ayer.
Así.
El teléfono. La dirección bien escrita, de manera que cuando vaya.
Se crea en.
Mover para.
Decir a.
Tomar eso que.
Ponerte crema en.
Limpiarte bien el.
Tocarte más así.
Se rompe. Se rompe.


“¿Qué significa la x de una ecuación?”[7] 
No cesa.
Licuadoras.
Linternas.
Compoteras y cantimploras.
Estanterías del bazar de la esquina.
Un trago de.
Ese extraño cubo fragmentado de espacios y tiempos.
Caras.
Sorbos de caras.
Lados y caras.

En los días en los que no escribe, no pinta, se ensucia de repertorios.
Se pudre, se cae al nacer.
Se pone oscura y se le apaga la piel.
Se aparece de pronto en lugares sin sombra.

Rancia.
Espesa.

A punto de morir.

Y la muerte, mirar quieta.
Y la muerte, estantería revuelta.
Y la muerte, un vestido encendido.
Y humo.
Y desnudez y humo.

Revuelve arriba, baja. Sube. Y. No con todos, con todos.
Nada que no pueda irse.
Vueltas Revueltas.


De la experiencia novata en cuerpos parecidos. Muy. Parecido.
De la experiencia novata de llamar con chasquidos.

María atónita con tapado azul camina por las playas de retiro.
Bien puesta en sí, colocada y puesta.

Le respira el oído:

“Y no nos gusta tanto hablarnos y hablo.
Y no nos gusta vernos.
Y nos empezó a gustar.
Y no me acuerdo de su voz.
Y sus manos ya no son abuela.
Y mi piel ya no es de mi nombre.
Y mis pies ya no son tetas.
Y mis números no son tu lengua.
Y mi calle no es la tuya.
Es la tuya.
Y tu secreto está a punto de salirse.
Y lo que respiro son tus ganas de hacer fiestas”[8]

Maria Naranja se hace un rodete.
María Naranja se sumerge.
Colectivo. Parlantes.
Nueve y.




Y 25, sí, sí, y veinticinco.
Ya no sé, ya me parece ¿qué?, que es hora.
Entonces la música ya no puede escribirse porque el anhelo es frio, oscuro y trabajo en el fin de semana, es el principio del túnel, es la humedad, es el olor al pan rancio, es un limón en la herida. Arde. Cuando dice que arde quizás ya no arde, y todo se da vuelta como una página.
Carteles en las paredes que dicen frases esperanzadoras, que aquietan, que inquietan, más que nada, dicen derechos, o cosas de ese estilo.
No sé para qué, pero están ahí colgados.
La frente se le pone caliente.
Ya no hace falta.
Ya está.
Listo.
Está bien, está bien así.
Ya son y 25, y podés llegar, o no llegar. Ya no hace falta decirlo.
La expectativa nos sopla el viento que nos corre.
Lleva todos los carteles en sus manos y avanza mientras los rompe, sí, los rompe todos contra las paredes que avanzan por los costados.
Qué gran excusa usar letras.
¿Adivina adivinador?






[1] Letras de tránsito calle y vereda, frente a una Escuela de Arte. Dos árboles y una cerrajería.

[2] En la clase de cerámica. Mesa violeta, candelabros. Horno rojo. 

[3] Irrumpe María Naranja en el bar de la esquina.

[4] ¡Al pelo! Timbres suenan sonando. Suelta, desprendida.

[5] Susurro en secreto a zeréP (Identidad protegida) en Alpiste. 

[6] Prefijo privativo latino que indica supresión o negación, mezcla, posición interior o superior. 

[7] Mientras cae desnuda sobre el pasto verde oscuro del parque verde oscuro en una noche azul oscuro.

[8] Le murmura a un pajarito que pasa, para que puedan decir que un pajarito se lo contó y no ella, el pajarito sí. Sí, sí, claro, se lo habrá contado un pajarito. 



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