I
A esta casa la hizo mi papá cuando era chica. Era donde
veraneábamos, después, naturalmente me la fui adueñando.
A lo mejor mi papa la hizo para mí. Es práctica, un poco
chica, por eso el mehari es un ambiente más entre los arboles del costado.
Al lado está Fiyingo, un viejo de noventa y pico que todavía
sube escaleras y arregla techos. En la esquina está Leo y Tomi, los Heim, en el
invierno hacen sonar la motosierra, ahora cocinan panes rellenos, y están
buenísimos.
A la mañana el sol entra por el patio, la ventana de la
cocina tiene un postigo macizo. A la tarde da por el frente, la vereda es pasto
y las calles de tierra.
En la mesa hay de todo, dos teléfonos cargándose mate pava un mouse, dos costureros, un libro, una
camisa, dos botellas de agua, llora Silvestre, eso también sobre la mesa y
suena la estanciera de Leo, todo repleto.
Además, una mezcla de lo que hay en toda casa de veraneo,
más las cosas que estaban en el departamento de Bahía. Recién haciendo cambio
de muebles, saqué afuera una estufita eléctrica y una mesa plegable.
En el piso papá hizo un diseño de cemento alisado con
colores verdes y dorados, además tiene rayas que se parecen a las nervaduras de
las hojas, estar acá adentro también se parece a estar en el bosque.
II
Ahora acá al lado llegó uno a lo de Fiyingo a pedirle la
escalera, Martínez Martínez, varias veces hasta que escuchó
y le hizo que sí, sentí un movimiento de ramas.
III
Qué bien viene acomodar, vaciar, renovar.
Es como crear lunes de mañana, como el blanco o el celeste
clarito.
Refrescante.
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