viernes, 24 de marzo de 2017

MÁS CERCA





¿Cómo es que el mar está cristalino y se mancha de repente? Una oleada oscura viene de un lugar desconocido y desata una tormenta. Hablamos con el que tenemos al lado, y ése está tan asustado que sólo repite la misma palabra.

Cómo.

Ya no hay fotos de ravioles ni milanesas en Facebook, estamos preocupados. Los que siguen creyendo que todo es mar cristalino, ahí están. Chapotean en el agua limpia, usan salvavidas, tienen miedo en él fondo. Y tienen lanchas y sogas para un futuro rescate.

Todo el resto está en la mancha. Y se preguntan qué pasó.

Ahora nado en la suciedad. Busco en el fondo del fondo, que no es el fondo de la sensación, es el fondo. Ahí busco un caracol que me haga escuchar, así cerrando los ojos, ese mar que extraño.

La mugre es circunstancial. Se limpia, se ordena, se acomoda. Pero queda el rastro. Un cartel gigante y espeso hará referencia como los que marcan a qué altura estamos del nivel del mar. Para no olvidar y saber dónde se está.

Sigo buscando. No aparece ese caracol. Los que veo son muy pequeños y no logran recrear el mar.

Hay tesoros con candado que para qué. Hay animales muertos, restos pesados. Hay corbatas. Hay libros en alemán. Hay una caja, misteriosamente. Mi caja, mi caja celeste de madera con esa tarjeta de navidad pegada en la tapa, en el interior de la tapa, y figuritas, osos cariñosos, y hay unos aros que eran de mi abuela. Y esa caja es la mañana, y esa caja es la ventana que da al jazmín que da a la calle que da a la gente que pasa y quiere llevarse uno. Y mamá o la abuela, o mi hermano o papá, o cualquiera que esté en casa y si no hay nadie, colabora llevando uno. Cortar y renacer. Cortar y reflotar. Hay recortes que dan más vida. Pero hay recortes que son muerte, que son frío, que son desprotección. La naturaleza no funciona así. Es una llama que se reaviva.

No encontré el caracol, volví a encontrar mi caja.

Y voy a ver a los que veo siempre, a los que estamos cerca. Veo a casi los mismos, salvo cuando salimos de excursión.

Nos preguntamos por esas leyes nuevas que salieron. Parece un juego con otras reglas. ¿La tinta es efectiva?

Miro a los que estamos cerca y les quiero contar de la caja y del jazmín. Quiero hablarles del olor fresco. De la experiencia de regar y de hacer la plancha, no en este mar, en otro que conocí y ustedes también.

No sirve, es un recuerdo muy chiquito, muy personal, no pueden remontar un jazmín del no recuerdo ni una caja que nunca ocupó ni una mañana.

Pero uno que está más allá me ve triste de impotente, yo creía que la caja… creía que el jazmín. Y entonces me pregunta y le cuento, y cerramos los ojos para estar en el mismo lugar y quiero preguntarle y lo hago y me cuenta y volvemos a cerrar los ojos y conozco lo que no conocí.

Y se nos ocurre una idea y corremos hacia los manchados y hacia los del mar de cristal. Les pedimos que recuerden. Que se piensen bebés, que se piensen otros, que se piensen solos, ajenos, cobardes, con miedo, amputados, enanos. Esto sí se vuelve efectivo, los rígidos se desarman los blandos los sostienen, lloran hasta los que no lloraban desde que.

Una mezcla que suaviza. Ya no se necesitan salvavidas. Porque nos reconocemos. Nadie quiere hundir a nadie. Y si hay alguno que no entendió todavía o si no entendí todavía, en lugar de ahogarlo lo levantan, en lugar de ahogarme me levantan, para que le llegue más de cerca el sol, para que me llegue más de cerca el sol.



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