¿Cómo
es que el mar está cristalino y se mancha de repente? Una oleada
oscura viene de un lugar desconocido y desata una tormenta. Hablamos con el que tenemos al
lado, y ése está tan asustado que sólo repite la misma palabra.
Cómo.
Ya
no hay fotos de ravioles ni milanesas en Facebook, estamos preocupados. Los que
siguen creyendo que todo es mar cristalino, ahí están. Chapotean en el agua
limpia, usan salvavidas, tienen miedo en él fondo. Y tienen lanchas y sogas
para un futuro rescate.
Todo
el resto está en la mancha. Y se preguntan qué pasó.
Ahora
nado en la suciedad. Busco en el fondo del fondo, que no es el fondo de la
sensación, es el fondo. Ahí busco un caracol que me haga escuchar, así cerrando
los ojos, ese mar que extraño.
La
mugre es circunstancial. Se limpia, se ordena, se acomoda. Pero queda el
rastro. Un cartel gigante y espeso hará referencia como los que marcan a qué
altura estamos del nivel del mar. Para no olvidar y saber dónde se está.
Sigo
buscando. No aparece ese caracol. Los que veo son muy pequeños y no logran
recrear el mar.
Hay
tesoros con candado que para qué. Hay animales muertos, restos pesados. Hay
corbatas. Hay libros en alemán. Hay una caja, misteriosamente. Mi caja, mi caja
celeste de madera con esa tarjeta de navidad pegada en la tapa, en el interior
de la tapa, y figuritas, osos cariñosos, y hay unos aros que eran de mi abuela.
Y esa caja es la mañana, y esa caja es la ventana que da al jazmín que da a la
calle que da a la gente que pasa y quiere llevarse uno. Y mamá o la abuela, o
mi hermano o papá, o cualquiera que esté en casa y si no hay nadie, colabora
llevando uno. Cortar y renacer. Cortar y reflotar. Hay recortes que dan más
vida. Pero hay recortes que son muerte, que son frío, que son desprotección. La
naturaleza no funciona así. Es una llama que se reaviva.
No
encontré el caracol, volví a encontrar mi caja.
Y
voy a ver a los que veo siempre, a los que estamos cerca. Veo a casi los
mismos, salvo cuando salimos de excursión.
Nos preguntamos por esas leyes nuevas que salieron. Parece un juego
con otras reglas. ¿La tinta es efectiva?
Miro
a los que estamos cerca y les quiero contar de la caja y del jazmín. Quiero
hablarles del olor fresco. De la experiencia de regar y de hacer la plancha, no
en este mar, en otro que conocí y ustedes también.
No sirve, es un recuerdo muy chiquito, muy personal, no pueden remontar un
jazmín del no recuerdo ni una caja que nunca ocupó ni una mañana.
Pero
uno que está más allá me ve triste de impotente, yo creía que la caja… creía que
el jazmín. Y entonces me pregunta y le cuento, y cerramos los ojos para estar
en el mismo lugar y quiero preguntarle y lo hago y me cuenta y volvemos a
cerrar los ojos y conozco lo que no conocí.
Y
se nos ocurre una idea y corremos hacia los manchados y hacia los del mar de
cristal. Les pedimos que recuerden. Que se piensen bebés, que se piensen otros,
que se piensen solos, ajenos, cobardes, con miedo, amputados, enanos. Esto sí se vuelve efectivo, los rígidos se desarman los blandos los sostienen, lloran hasta los que no lloraban desde que.
Una
mezcla que suaviza. Ya no se necesitan salvavidas. Porque nos reconocemos.
Nadie quiere hundir a nadie. Y si hay alguno que no entendió todavía o si no
entendí todavía, en lugar de ahogarlo lo levantan, en lugar de ahogarme me
levantan, para que le llegue más de cerca el sol, para que me llegue más de
cerca el sol.
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