La que escribe de mí ahora está quieta, sentada en un banco de la plaza que está en la esquina del edificio al que le gusta mirar. Cada vez que está sentada en la plaza la veo desde acá.
No sé qué piensa o en quién, pero
mira como más allá de lo que mira. Una imagen obvia y conocida por todos.
Ahora se mira los zapatos y mueve
las piernas como si se estuviera hamacando. Está pensando en otra cosa y no en
los borcegos bordó que tiene puestos, aunque examina con detalle los cordones y
vuelve a hacerse el moño con más perfección.
Quizás piense en lo que tiene que hacer
mañana y que ella no es todo lo fantástica que le gustaría ser. Quizás
piensa en las vacaciones, o tiene recuerdos de un viaje.
Sus recuerdos sugieren celeste, por los movimientos que tiene, y por el movimiento lento de su cabeza
que gira como una cámara que capta de primer plano los detalles de las copas de
los árboles. Mira más arriba el cielo
poniéndose intenso y los pájaros cantan su acentuada y última
canción.
Se levanta del banco, parece que
encontró qué hacer y se dirige hacia esa cosa.
NO LEER LO DE ABAJO
NO LEER LO DE ABAJO
Ya hace frío. Alguien se acerca y
son dos que hablan, no se saludan, es como si le hubiera preguntado la hora, pero no mira su muñeca
ni celular, o quizá fue una calle, pero no señala. Algo liviano. Parece que se tratara de
algo liviano, a ella se le nota el frío
porque se acomoda en el lugar y se auto-abraza. Él la mira, enciende su
cámara y se desplaza haciendo plano, en esa dirección a esa distancia. Mira en redondo y dibuja un bumerang imaginario.
Se suenan los dedos, los dos, qué casualidad, y se empiezan a
separar, siguen hablando, quizás le esté pasando su número o su dirección, o le
esté hablando de un libro, aunque sería imposible ser tan neutral en gestos y
ademanes.
Nada.
Ya se escondió del todo el
sol, o nos escondemos nosotros, entre lo que pasa y la sensación de lo
que pasa, por lo visto no hay concatenación. Se van cada uno por su
lado. Él tenía un paraguas de color natural, no porque lloviera, quizás
es precavido, parece por lo menos, o miró un pronóstico equivocado, y se
lo
olvida al costado del banco, es que se había puesto las manos en los
bolsillos,
inquieto de no saber lo que le pasaría a sus manos si se quedaban solas
con
algo posible de hacer. Las guardó, para evitar dudas.
El
efecto de conocer la hora o esa
calle sin seña, lo dejó en la profundidad del universo, no le entraba
nada más y solo podía empezar a caminar. Se dio vuelta dos veces, y a
pesar de
que el paraguas se mostraba como objeto externo, aparte de lo que fuera
lo propio del espacio e inclusive de la naturaleza, no lo vio, sólo la
podía ver a ella que se había quedado en
posición de ida y estaba estacionada mirando la luna para el costado
derecho.
Ella, también veía la luna,
pero además de ver la luna veía más, veía todas sus ganas puestas y
muchas imágenes que pasaban adelante, como una especie de intuición, un deja-vú
o el deseo de que pasara así.
ESTO SÍ
Raro, demasiado.
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