Este
lugar no es Claromecó: se le parece, lo que se escucha es igual, si cierro los
ojos es mejor, porque pienso que cerca está la casa de turismo, la heladería
con las hamacas que hacen vaivén, un par de cuadras y empieza el mar que tiene
el mismo movimiento.
Todo
es notoriamente cambiante en Claromecó, se está a salvo entonces de cualquier
grieta continua o permanente, lo que se abre se cierra y quizás se vuelva
a abrir.
Pasa
con los balnearios, conservan su personalidad adaptativa, como las plantas que
cuando cae helada se queman y la primavera las hace volver a nacer, ¿mueren las
plantas? ¿Contradicen las plantas? Una voluntad situacional las invade.
Se
ve cómo el sol se esconde y sale, lo verde se pone negro, florece al rato. El
mundo se reduce a un reparo una cueva un refugio o escondite entre los árboles
del bosque. El sol parece recortado entre los troncos cuando avanzan los
pedales. Es eso y nada más. Llegar a una parte para pegar la vuelta, ir al que vende libros y deberle para volver a pasar.
Los
problemas o se disuelven o se condensan tanto, que ya nada es lo mismo si estás
ahí.
Es por lo que hace sentir. El espacio existe por lo que lo llena.
La cantidad de
registros que debe haber dentro nuestro no deja de combinarse de relacionarse
y de comunicarse.
Hacer
por primera vez. Fresco.
Dejar
que las cosas pasen y hacer que las cosas pasen o acceder o prestar atención o suspender la atención las cosas conocidas y las por conocer perseguir o simplemente ir dejarse llevar y mirar qué confiar unir y espaciar silenciar.