Troyanzky
usa remeras de algodón. Su piel, suave. Sus manos no están del todo frías. Piel
blanca. No usa accesorios. Natural.
Troyanzky
disfruta al pronunciar su apellido.
Toma
leche blanca y clara en una taza blanca. Y abre y cierra la heladera, también blanca
cada vez.
Se
despierta y sin ponerse pantalones camina sobre el piso, con pies desnudos y se
acerca a la ventana.
Corre
las cortinas, Troyanzky disfruta de la mañana.
Abajo,
en la calle, juegan, gritan o hablan. Ahí, en el piso 5 hay silencio. Los
vecinos se fueron, todo es amplio, blanco y gris.
Se
rasca. Troyanzky se pasa las manos por la cabeza, se revuelve el pelo. Se tira
en el sillón y apoya los pies en el respaldo, se mira las piernas, gira para un
lado y para el otro, remolonea.
Troyanzky
tiene calor y se saca la remera.
¿Qué
podría hacer Troyanzky un día como hoy? Temprano desde temprano. No tiene
paciencia, y con calma quiere todo ya.
Cierra
los ojos y se abren los telones, fantasía: y atiende un teléfono rojo. Se corta. Emprende la
experiencia. El dedo índice dentro del agujero y baja, llega al tope de la
marca de llegada y vuelven los números a su lugar soltando el dedo, sacándolo o
dejándolo bien suave, elevándolo. Y así con cada uno. El tono de la llamada
marca el pulso que tiene, apurado y profundo.
Del
otro lado: la voz. Quien colgó, atendió. Troyanzky retuerce el cable del teléfono.
La
voz le dice que es hora, que ya va a ver.
Troyanzky
respiró al tubo, no pidió demasiada explicación y buscó en toda su imaginación.
El reloj 00: 05 en rojo. A
Troyanzky le titiló el ojo y se le pasó. Presionó con decisión, todo explotó.
En
ese momento el chicle Troyanzky se tragó.
Él acabó. Terminó. Fusiló.
Muy bueno! Seguí escribiendo Viqui. "La Pizarnik de acá". Saludos.
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