sábado, 25 de abril de 2015

BLANCO DE PASIÓN





Troyanzky usa remeras de algodón. Su piel, suave. Sus manos no están del todo frías. Piel blanca. No usa accesorios. Natural.
Troyanzky disfruta al pronunciar su apellido. 
Toma leche blanca y clara en una taza blanca. Y abre y cierra la heladera, también blanca cada vez.
Se despierta y sin ponerse pantalones camina sobre el piso, con pies desnudos y se acerca a la ventana.
Corre las cortinas, Troyanzky disfruta de la mañana.
Abajo, en la calle, juegan, gritan o hablan. Ahí, en el piso 5 hay silencio. Los vecinos se fueron, todo es amplio, blanco y gris.
Se rasca. Troyanzky se pasa las manos por la cabeza, se revuelve el pelo. Se tira en el sillón y apoya los pies en el respaldo, se mira las piernas, gira para un lado y para el otro, remolonea.
Troyanzky tiene calor y se saca la remera.
¿Qué podría hacer Troyanzky un día como hoy? Temprano desde temprano. No tiene paciencia, y con calma quiere todo ya.
Cierra los ojos y se abren los telones, fantasía: y atiende un teléfono rojo. Se corta. Emprende la experiencia. El dedo índice dentro del agujero y baja, llega al tope de la marca de llegada y vuelven los números a su lugar soltando el dedo, sacándolo o dejándolo bien suave, elevándolo. Y así con cada uno. El tono de la llamada marca el pulso que tiene, apurado y profundo.
Del otro lado: la voz. Quien colgó, atendió. Troyanzky retuerce el cable del teléfono.
La voz le dice que es hora, que ya va a ver.
Troyanzky respiró al tubo, no pidió demasiada explicación y buscó en toda su imaginación.
El reloj  00: 05  en rojo. A Troyanzky le titiló el ojo y se le pasó. Presionó con decisión, todo explotó.
En ese momento el chicle Troyanzky se tragó.
Él acabó. Terminó. Fusiló.



Dibujo: Luciana Gamberini

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